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Al buscar joyas sobre el Renacimiento en los cuadros de la época, algunas características que se repetían eran las perlas irregulares, los cabuchones de cristal sobre fornituras doradas y encadenadas, y los medallones con alguna gema o cristal tallado, sin olvidar la decoración en muchas ocasiones con perlas colgantes. Pensé que lo mejor era hacer un refrito con todos esos elementos, por lo que encadené unas fornituras en dorado viejo, con símiles verdes alrededor y unos cabuchones rojos, lisos y sin tallar, junto con una fila de perlas de río, las dos cosas en paralelo. Como motivo central, un colgante de cristal tallado, rojo, enmarcado con delicas y tres perlas en forma de lágrima. Pretendía que en conjunto resultara una joya elegante y refinada, que podría ser lucida en un ambiente culto y emergente, que puso al hombre y a su imaginación como centro del universo.

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